Le conté una breve historia.
En realidad, una larga historia, pero resumida en muy pocas palabras.
Desde entonces, adivina hasta mis pensamientos.
Con la misma sonrisa con que me dio la bienvenida "al mundo de los seres humanos"; un buen día en que yo lloraba, me dijo: "¿te hago llorar?". "¡Qué!, ¡si ya estoy llorando!"- le respondí. Y sólo dijo: "como la rosa del Principito". Agaché la cabeza entre sollozos, él no dejo de guardar silencio, como si supiera que era ese un llanto necesario, el llanto verdadero, no el llanto que le estaba mostrando. Después de un momento, sólo levanté mi vista para preguntarle: "¿Cómo pudiste saberlo?." Sonrío con ternura, pero no respondió.
"Compañera - me dice - lo que sientes, jamás, pero jamás está equivocado"
Con una sonrisa recibe mis carcajadas.
Con una sonrisa enjuga también mis lágrimas.
Con una sonrisa me pidió que no hablara sobre él en mi blog.
No diré nada más.
Sólo sé que adivino su sonrisa, cuando lea que escribí sobre su sonrisa.
Es que, compañero, no lo he olvidado, "lo que siento jamás, pero jamás está equivocado".