06 julio, 2006




Eran las 6 de la tarde.

Me habían trasladado a la sala de parto.

Aún no pedía anestecia. . . .

Sólo sé que me la inyectaron una hora antes de que mi niño naciera.

Y, unos instantes después, sentí un orgasmo. No lo comenté ni me lo quise explicar. Sólo lo sentí.

Recuerdo que amarraron mis piernas con lazos de cuero. Y el monitor delataba que los latidos del corazón de mi niño disminuían.

"Tiene bradicardía"- no dejaba de insistir.

"Apaguemos los sonidos del monitor" - recomendó el médico - "La pone nerviosa".

"Sí, están lentos los latidos, pero no te preocupes" - sentenció.

Pero fue inútil. Ya no escuchaba el sonido, pero veía los números: Los latidos del corazón de mi niño disminuían.

"Puja, fuerte"- decía el médico.

Y yo pujaba con todas las fuerzas que impulsan mi alma.
No sabía cuantas fuerzas habitaban mi alma hasta ese momento.

Pujaba . . .
Pujaba . . .
Pujaba . . .

Descansaba . . .

Pujaba . . .
Pujaba. . .
Pujaba . . .

Pero no dejaba de mirar el monitor.

"Tiene bradicardía" - insistía.

"Desconectemos el monitor" - dijo el médico.

"No te preocupes" - me insistió - "Sólo puja fuerte".

Y pujaba . . .

pujaba . . .

Pujaba con amor . . .

Pujaba con pasión . . .

Pujaba con temor . . .

Mi niño Dios mío.
Sálvalo mi Dios.
En este momento te lo entrego, para siempre.
Sólo sálvalo.
Es tu hijo.
Sálvalo. Te lo entrego, Dios mío.
Te lo entrego. . .

"Ahí está la cabecita" - decía el médico.

"Puja, ahí está la cabecita" - repetía.

Pujaba . . .

Pujaba . . .

Nace, mi niño.
Ya no soy nada sin tí.
Necesito verte.
Tocarte.
Acurrucarte.
Dios mío, no me lo quites.
Sálvalo Dios mío.

"Tiene la cabecita chueca" - dijo el médico, de pronto.

"No, no pujes" - me dijo.

Lo ví tomar el citófono y escuché decir: "Preparen pabellón para una césarea urgente". . .