Era la Sala de Pre - parto.
Las matronas eran muy amables. Y no hacián más que preguntar: "¿le duele?...¿le duele mucho?".
"No, no tanto" - me cansaba de responder.
Que obsesión con el dolor, pensaba yo. Ojalá estuviera a orillas de un río. Sin anestecias tentadoras. Y retener mi respiración en cada contracción, como lo hago ahora. Y descansar, mientras espero la otra. Como cualquier hembra que pare. Como la hembra solitaria que soy. . .
Y ver este líquido sanguinolento que no deja de correr entre mis piernas . . .
Que esa sangre no manche sábanas ni pisos de una Clínica. Que se confunda en la hierba. Que humedezca el musgo. Que se mezcle con las aguas de ese río. . .
Un río de sangre y líquido amniótico . . .