27 junio, 2006




"Tienes olor a óleo"- me susurró al oido.

Preferí callar.

Quizás temí que mi aliento se confundiera con ese aroma.
Y sentí mi silencio como el mejor perfume.

Deja volar tu pincel, que mi pluma no tiene alas.
Que sea tu pincel el que salve a mi pluma de esta agonía.
Que tus colores pronuncien mis palabras.
Que tu pincel sane mi pluma.
No sé si tu lo dijiste:
"La unión de las artes o el poder sanatorio del amor"



La imagen de aquella mujer que confiesa su miseria
lévita en el espacio de mis asombros.

Con su cándida belleza-sin mirarme a los ojos -me dijo que se sentía "miserable".


Cómo si la miseria fuese el sentirse pérdida.
El sentirse hundida en ese abismo de dolor que se insinua en su mirada.

Y esa mirada bella, no perdona, las sonrisas de su pasado.

Esa mirada omnubilada - sólo para ella-

despliega sin nebulosas, toda las bellezas que quedan en su memoria.




Su miseria no es sino la miseria de los otros.
La miseria de los miserables que no ven su propia miseria.