23 junio, 2006





Navego en los ríos que desembocan en el mar.

No sé como llegué aquí.

Mojada de agua, dulce y calma.

Un suspiro del mar, me expulsó de sus olas.

Es que, yo sólo pensaba en escribir.

No permití que me poseyera en su lecho salado.

De verdad, corrí despavorida, cuando el mar quizo hacerme suya.

Es que, nunca desee ser sirena.

Nunca quise-porque tuve miedo-

conocer los misterios de la profundidad.

Pude ser desposada por el SEÑOR DE LOS ABISMOS.

ÉL pudo mojar mis piernas, como el mejor de los amantes.

Y, así como jaló mi cuerpo para hacerme suya, la primera vez,

pudo hacerlo muchas veces,

con la violencia que ocultan sus brazos poderosos.

Pudo asirme a él,

flotarme con sus aguas,

lamerme con sólo su humedad.

Pero no conociamos nuestros secretos,

tampoco nuestros misterios.

Nos enredabamos en las olas,

nos mecíamos al ritmo del viento,

y él se meneaba como un bailarín.

Pero no bastaba.

No fue suficiente para penetrarme su gemir extasiado,

ni el tocarme sin tregua

ni el besarme sin descanso.

No bastó su pasión sumergida,

ni sus aguas calientes

hirviendo de placer.

El mar me expulsó de un solo suspiro,

"puta arrepentida"- me gritaba- y yo no sabía que responder.

Ahora,

que en estas aguas dulces,

se ha esfumado el deseo,

con un sabor salado en la boca,

trato de recordar si alguna vez el mar preguntó mi nombre.