11 agosto, 2006


La soledad más enamorada
no deja de cumplir sus promesas,
me visita cada noche,
como lo juró hace siglos en mi almohada.
La miro a los ojos sin confesar que la esperaba.
Me desnudo ante ella,
lentamente,
en la humilde espera de su mirada enjuiciando mi cuerpo.
Suelo procurar mi silencio para alcanzar sus caricias.
Las manos de la ausencia eclipsan mi piel...
como la luna eclipsada sin el sol...